domingo, 30 de enero de 2011

Hojas de invierno #6

Una bobada esto de ser forjador, creador y señor de uno mismo: crees habitar un pequeño terrenito y aspiras a ser un gran terrateniente, gobernador de una enorme hacienda, envidia de vecinos; un sitio donde levantar vallas, establecer aranceles, aduanas fronterizas, normas de conducta inquebrantables so pena de castigo ejemplar. Para ello refuerzas tus armas ofensivas y defensivas, endureces a fuego tu voluntad como principal instrumento y proclamas con voz altanera: ¡debo ser YO MISMO! Toda una misión, una aventura magna, inconmensurable, heroica. Serás admirado aplaudido y envidiado. Pero no hay de qué preocuparse, tienes armas poderosas con las que combatir al enemigo, porque, si no, ¿qué clase de terrateniente serías si no puedes defender las fronteras de tu propiedad?...
Qué hartazgo.
¿Crearse a sí mismo? No. Quizás abrir puertas y dejar que el complejo sistema de paradojas que soy/somos funcione sin gendarme, convirtiendo todas esas pequeñas reacciones químicas en palabras, en lenguaje, para, de alguna manera, llegar a un sitio no visitado, en el que el mismo lenguaje es superado por algo más previo, atávico, originario. Avanzar para retroceder. Y, en el mismo extremo, girar en un mismo punto, para no moverse de donde empezamos. Entre medias, la ilusión de identidad se desvacece.
Crear orden en el caos, o recrear el caos dentro del orden. Aprender a vivir en el filo, alerta, en ese lugar donde ya no existe el orden, porque no hay nada que temer, donde los aranceles y aduanas han desaparecido y el sentido de propiedad ya no tiene sentido, porque ya no es necesario ningún sentido para nada.
Un mundo sin conceptos –esas pequeñas cárceles-, en el que las palabras –los carceleros-, sean barridos como el viento se lleva la hojarasca. Un mundo que descubrir juntos, sin armas, sólo con miradas, roces de manos, música añorada. Un sitio que recorrer en el que yo me fundo en tí y tú en mí, un sitio donde desaparecer en el otro, donde la identidad es algo que ya no se conoce, donde ya no se odia a nada ni a nadie por que el miedo ya se fue. Y quedarse allí, quedarse aquí. Allí, aquí, no existe diferencia. Tan sólo el obstáculo para la reunión intuida es un espejo, una propiedad, unas vallas….. mientras nos fundimos con las hojas doradas desprendidas de los árboles, en su zigzagear mecidas por el viento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario